sábado, 27 de septiembre de 2008

La casa de uno

La casa de uno es la misma cuna dormida
de la infancia más remota,
el suelo blando que sostuvo antes
la torpeza de los pasos.
El cuerpo es el cofre y sus cerraduras todas,
la casa trasatlántico,
roca en la mar
a salvo de naufragios.

En el bolsillo junto a la arteria femoral
la contraseña de un cerrojo,
abracadabra de un puerto a buen resguardo.

Personas y plantas y libros y cuadros,
ladrillos de argamasas invisibles
abrazados en desorden erigen las cimientes.

Memorias lo mismo de álbumes de fotos desgajadas,
tristes días de luto, adultos plenos de gozo,
días de reyes magos, portazos como aplausos.

La casa de uno es un desplegarse de alas
de las cosas rancias
recién sacadas de un celofán perpetuo
la ropa antigua de nuevo remendada,
el lustre de los zapatos.

Yo me traje una silla hacia una esquina de la casa,
la misma casa y cuna de otros tiempos
que no veré sino en el sueño más profundo.

Me hice a un lado, dejé que los objetos se saludaran,
se dieran la bienvenida.
A sus anchas invadieron los espacios.

Pronto han puesto la mar sobre el desierto,
tendido las camas, lavado los platos.
Pronto colocaron nostalgias en las cortinas
y la luz se traspasa por un filtro de añoranzas.

Flota la casa.
Levantado el ancla de su herrumbre,
navegamos...

Martha Ordaz



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